Por: Olimpia Palmar.
Fotografías: : Carlos Pelicano Londoño- Mario Gómez.

La exhumación de los restos es el segundo velorio para los Wayuu. En esta ceremonia se limpian los huesos y se recogen en pequeños cofres para ser trasladados a su territorio de origen. Es un duelo permanente, la gente llega llora y se van a sus enramadas y así llegan otros durante el día y la noche. Los organizadores reparten piezas de ganados, alimentos, chivos. Esta ceremonia es vital para los Wayuu porque representa el fin de la carne.
Como un acto histórico de realce y de unión familiar, los Ipuana de Jalala en cabeza de Juan Gómez (hermano de Chay Gómez) organizaron la ceremonia de exhumación de los restos mortales de trece miembros del Eirüku Iipuana. La ceremonia se llevó a cabo en dos cementerios diferentes y se congregaron en el panteón de los Iipuana en Kasushiwou corregimiento de Jonjoncito municipio de Uribia, se estima que al menos dos mil personas asistieron a la ceremonia durante los 4 días.

Aginar Tiller Ipuana quien en vida fue un honorable pütchiput, miembro fundador de la Junta Mayor de Palabreros y sobrino del viejo Mashesain (referente histórico de los Iipuana de Jalala) fue el primero en exhumarse en el cementerio de Orokot, sus hijos: los Uliana, Iipuana y Jusayu delegaron la tarea de limpiar cada uno de los huesos a quien fue su compañera Betulia Uliana. Con el olor del chinchirri, el café y el ovejo guisado y con la misma paciencia que lo atendió hace cinco años en su convalecencia, Betulia cumplió con la tarea bajo la mirada de todos.

Mientras tanto, en carros, motos, burros y bicicletas fueron llegando los asistentes para presenciar el fin de la carne del palabrero Wayuu para ser trasladado en medio de una caravana de casi 50 carros al cementerio de Mantou. En este segundo punto geográfico, la ceremonia continua. Allí Carmela Palmar Iipuana sobrina mayor de Juan Gómez asumió el liderazgo, en la recolección de los restos de Marwin Iipuana (tía de Aginar), Maryudit Iipuana (prima hermana de Aginar y madre de Carmela Palmar Iipuana), Zoila Iipuana (prima hermana de Aginar), Kooro Iipuana (primo hermano de Aginar) y otros miembros jóvenes del Eirüku Iipuana.
Para los Wayuu, se muere cuando la vida escapa del cuerpo y emprende su viaje a Jepira. Se muere cuando los restos descansan tranquilamente después de la ceremonia de exhumación y, la muerte más mortal es cuando el difunto muere en el recuerdo de sus descendientes.

Una vez recogido los restos de los trece miembros del Eirüku Iipuana, comenzó el duelo. La familia se fue acercando para llorar por última vez en público a sus seres queridos. Los jayeechis se hicieron sentir en las enramadas que se dispusieron para los asistentes. Se abrieron los improvisados corrales de chivos para la entrega de los “nüsala” por parte de Juan y Claudio Gómez como mayores y responsables de la ceremonia. En el tercer día las balas al aire anunciaron la partida de los difuntos hacia Kasushiwou, el panteón donde reposan todos los restos de los Iipuana.

En la logística de esta ceremonia se contabiliza al menos 60 reses y 1.500 chivos entre las que se consumieron y se repartieron a los asistentes en los 3 cementerios, los casi dos mil asistentes que llegaron de diferentes puntos de La Guajira tanto venezolana como Colombia para acompañar a los Iipuana en honrar la memoria de sus ancestros. Una muestra de que los ritos fúnebres en la cultura Wayuu siguen vigentes enlazando la vida y la muerte.
En una publicación del diario El Tiempo, titulado “En el interior del segundo entierro del hombre muerto de los wayuu” del periodista Jorge Quintero, se indica que el antropólogo francés Michel Perrin sostiene que la muerte entre los wayús constituye un viaje. Cuando ocurre el primer entierro (ojo’itaa) se supone que el alma va al cielo wayú (Jepira) en forma de yoluja, es decir, a manera de espíritu, pero, en el segundo entierro (süchiki ojo’itaa aamakaa) el difunto vuelve a la tierra «ya sea en forma de lluvia o de wanulü, ser mitológico asociado a los principios de muerte», sostiene Perrin.
En tanto, el antropólogo wayú Weildler Guerra Cúrvelo explica que cuando un wayú muere su alma sigue haciendo parte del mundo de los vivos, a través de los sueños. Se les aparece a sus familiares para hacer peticiones y alerta cuando ha llegado el momento de dar paso al segundo entierro, que es la despedida final y que nunca suele ocurrir antes de diez años. Aquí se mide también la riqueza de la familia: entre más importante el difunto, más ostentoso el festejo en este útimo velorio.
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